Si un primero de septiembre, justo cuando anochece, mientras el cielo comienza a despejarse después de un chaparrón, contemplas desde un lugar elevado la confluencia de la calle Preciados con Callao, verás algo mágico: la luz de los escaparates se filtra y se eleva entre las ranuras de los toldos triangulares que la cubren en verano y crea una especie de neblina amarilla que le da a la calle un ambiente de casba.
Tienen que cumplirse todas las condiciones, aunque no hace falta que sea jueves.