Autoestima ante el espejo

Ayer me preguntaron si seguía escribiendo en Facebook. La verdad es que últimamente -algo así como un par de años- más que escribir, leo. Y cuando escribo, no lo cuelgo. Puede que sea una de esas rachas en las que necesitamos replegarnos sobre nosotros mismos. O puede que me de pudor, un pudor que es como la corriente alterna, que varía en intensidad y sentido a intervalos regulares. ¿Se trata de eso?

Este texto es de hace tres años. Hoy vuelvo a él por lo que tiene de relación con un proyecto que me ronda la cabeza.

Autoestima ante el espejo

Ella: ¿Por qué me quiero, me digo,
si soy como tantas otras?
Mira y entiende
Reflejo: Miro y entiendo
E: Que no eres mi media naranja
R: Que no soy mi media naranja
E: Lo nuestro no puede ir muy lejos,
Todo lo más hacia la muerte

R: No hables de muerte, maldita,
Y siénteme bien adentro, lo nuestro
No acabará nunca
Me pegaré a ti
E: Me pegaré a mí
R: Y te susurraré
E: Y me susurraré
R: Canciones de amor al oído

E: Déjame, vete
R: No, me quedo
E: Aléjate de mi aliento mortal
R: No puedo
E: Aléjate de mí, aliento mortal
R: ¡Aléjame!
E: Déjame conmigo a solas
R: Conmigo, no a solas

E y R: No a solas,
no conmigo,
no, conmigo.
¿Por qué me quiero me digo,
Si soy como tantas otras?

A.N.2021

La imagen fantasmática es de 1997.

Futuro

Todo empezó cuando dejé el móvil sobre el soporte policromado de un velón antiguo mientras salía a la terraza. Al volver a entrar pude verlo desde la altura del escalón de acceso y siglos de generaciones abatidas por el tiempo se lanzaron sobre mí. La falta de sincronía con el teléfono, fino y brillante, era evidente y hablaba del futuro que se produce cada día, momento a momento a momento, ese futuro que las mentes de nuestros antepasados, como las nuestras, no llegaban a discernir porque no es mañana ni pasado mañana qué comeremos, cómo nos abrigaremos, dónde viviremos, pero que siempre es qué será de nuestros hijos y de todos los hijos que pueblan y repueblan el mundo y que empiezan a ser pasado en el mismo momento de su concepción, proyectándose hacia adelante, que es más y más pasado, más construcción, más devastación, más afán. Todo ese impulso, todo ese amor a la vida y tanta realidad, la realidad del futuro, clamando por la desaparición. No ha sido un fin de semana fácil, pero es lunes, luce el sol, el tiempo apremia. Hala, vamos.

Mi cabeza anda alborotada

Mi cabeza anda alborotada y no me deja descansar. A pesar de que he cumplido la mayor parte de mis propósitos esta semana, a pesar de que durante las pasadas horas he recorrido a buen paso medio Madrid, a pesar de haberle dado sus dosis de focalización y entretenimiento a mi cerebro, mis neuronas andan como campistas adolescentes alrededor de una hoguera. Total, por un par de cosillas que había dejado para resolver el viernes.

Pero el viernes -es decir, hoy- estarán lánguidas y atontadas, soñolientas, legañosas y despeinadas, incapaces de hacer sinapsis alguna que valga la pena. Mejor no hacer las cosas que hacerlas maaal, me susurrarán al oído entre bostezos. Y yo les apagaré la luz y las meceré en la cuna de los ojos cerrados y así, así, se nos hará tarde para todo. Para  todo   tarde    ya

Estuve enfadada

Estuve enfadada porque mi padre
no me enseñó su idioma.
Pero ahora que ya no aspiro
a hacerme entender por todos,
sé que en esa renuncia estaba
el regalo de la lengua en la que vivo
y que, como el agua, limpia
el barro de mis otras lenguas
mal aprendidas.

En esa confusión en la que una
no sabe si al abrir la boca
van a salir de ella las palabras justas,
el propio idioma es la habitación secreta
llena de estantes, en cuyos libros
se encuentra todo.

Solo hay que tomarse el tiempo
para perfeccionar lo aprendido.

A.N.23

Un día en hormonas

Me he levantado temprano
Me he preparado un té
Me ha llamado mi hijo
Han estado a punto de atropellarlo
Tiene la adrenalina a tope
Me ha subido el cortisol

He ido a la Casa de Velázquez
He desayunado cruasán
He visto plantar un árbol
He recorrido los jardines
Me he hecho fotos con amigos
Me invade la serotonina

Hemos ido al estudio
Hemos comido sancocho
He ido a ver a mi hija
La he llevado unos tapers
He hecho un par de recados
Dopamina, hemos cumplido.

Me he subido al autobús
Me han llamado por teléfono
He cambiado de planes
Me he ido al tanatorio
Me he zambullido en el duelo
Nado en oxitocina

Me he vuelto a casa
He cenado pizza
Me he sentido cansada
He estado reflexionando
Nos ha rondado la muerte
He escrito un poema
Melatonina, hazme dormir.

A.N.23


Fiesta

Cuando escribo soy más bien diurna. Hoy, sin embargo, son las dos y media de la madrugada. A estas horas me duermo, normalmente. Pero hoy he estado de fiesta.

Me he tomado, por este orden, un par de vinos, un par de cervezas, una Coca-Cola y un par de gin-tonics. He complementado la ingesta alcohólica con un poco de picoteo. He bailado hasta que me ha dolido la rodilla. He estado a mi bola y acompañada. He hablado con desconocidos y con personas que conozco desde hace mucho, mucho tiempo. He tenido ganas de acariciar las arrugas que se forman alrededor de sus ojos, las venitas que se marcan en las aletas de la nariz, las papadas que sonríen debajo de la cara.

Ahora los otoños nunca se acaban, me ha dicho alguien en la fiesta. El taxista paquistaní me ha hablado de la naturaleza del norte de España y del eusquera. Chechu, que pide junto a mi portal por las noches, dice que este año ha empezado el frío antes. Veo que no hay consenso sobre lo del otoño.

Estoy un poco destemplada y revuelta. Por primera vez en más de treinta años recurro al bicarbonato. El bicarbonato ayuda a restaurar el equilibrio alcalino, aunque nadie piensa en eso cuando lo toma. Al parecer se extrae de un mineral llamado natrón. A mí ese nombre me hace pensar en las pruebas nucleares de Nevada. He leído que no se deben de tomar leche ni productos lácteos junto con el bicarbonato, pero no sé el porqué. Y no es la única contraindicación que tiene, quién lo iba a decir, algo tan inocente y de uso común.

Pero el peligro acecha en donde menos lo esperas. Hace poco compré una nevera y se me ocurrió leer el folleto de instrucciones. ¡Cuidado con las neveras! Quien piense que es cuestión de enchufarlas y llenarlas de latas de cerveza se equivoca de medio a medio. Son casi un arma de destrucción masiva.

Si nos pusiéramos a pensar en todas las cosas susceptibles de pegar un petardazo en la aparente seguridad de nuestros hogares seguramente jamás podríamos volver a conciliar el sueño. Pero bueno, ya está bien, no seamos cenizos. Vámonos a dormir. Si el mundo no se acaba esta noche, mañana lo arreglamos, ya veréis.

Magdalenas

A Neón le gusta ponerse entre mis brazos mientras desayuno en la mesa del comedor. Entre nosotros y el libro que suelo leer se crea un espacio que es solo nuestro. Hoy tiene los pies fríos y me deja que se los caliente con la mano. Es un gato grande y entre mis brazos parece una almohada. Bajo la cabeza y apoyo la cara sobre él. Olfateo. De repente me siento transportada a la casa de mi abuela, en el pueblo. Estoy en la cama de metal, con su colchón de lana, en la habitación rosa. El sol ya se apoya en los cristales de la puerta de la terraza, que da al sur. Es un momento extático, de agradecimiento.

La casa se quemó hace muchos años. Estuve allí, hice unas fotos, ojalá hubiera tenido mejor cámara, un trípode, más pericia, menos prisa. Ojalá hubiera pintado unas flores sobre la pared. No pudo ser, era peligroso. Ya en el estudio hice un montaje a la antigua: fotocopia, acetato, pegamento en espray. En algún momento lo haré mejor, con cuidado, digitalmente. Lo que me frena muchas veces es que, una vez que tengo delante de mí la imagen, aunque sea abocetada, de lo que quisiera ver, el deseo se apaga y prefiero conservar en mi interior la sensación que lo produjo. Por eso no suelo hacer bocetos y desparramo ese deseo de una sola vez. Podría decirse que, en lo que se refiere a creación, no me gustan los aperitivos.

Y hablando de comida, es como si hoy, en vez de fruta, hubiera desayunado magdalenas.

Lo tomo entre mis manos

Lo tomo entre mis manos, lo acaricio, siento su suave vellosidad, me lo acerco a la cara, lo huelo… Puede que éste sea el último melocotón que coma hasta el próximo verano. Está frío, toda la casa está fría, aún no han encendido las calefacciones, la fecha oficial es el uno de noviembre, nuestro día de Todos los Santos. Intento calentar este último melocotón entre las manos como intenté calentar el rostro de mi madre antes de que las más jóvenes de la familia le dieran el último beso. Ahora tengo un melocotón en el corazón. Lo incubaré hasta el próximo verano.