Bañada por el mar,
expresión tan trillada.
Bañada por el mar,
sí, ¿pero cómo?
¿Suavemente lamida
por el agua en la orilla
o suicida entregada
a su naturaleza profunda?
Concha en la playa
o navío hundido,
cascarones
igualmente vacíos.

Bañada por el mar,
expresión tan trillada.
Bañada por el mar,
sí, ¿pero cómo?
¿Suavemente lamida
por el agua en la orilla
o suicida entregada
a su naturaleza profunda?
Concha en la playa
o navío hundido,
cascarones
igualmente vacíos.
– Hoy no estoy para nada, chicas. No he pegado ojo.
Las demás neuronas miraron a Arduína. La verdad es que la pobre tenía mal aspecto. A simple vista se notaba que su energía era débil y tan oscura como un par de ojeras. Arrastraba con esfuerzo sus flácidas dendritas y el axón se le hacía más pesado que una trompa de elefante.
– Vete a descansar, nosotras te cubrimos – dijeron sus compañeras.
Arduína sabía que en el lóbulo frontal no podía quedarse porque pronto empezaría a funcionar como una oficina en pleno rendimiento, así que fue a refugiarse a una zona resguardada cerca del lóbulo temporal y se cubrió con un gran pliegue, blanco y mullido, dispuesta a recuperar el sueño perdido. Pero había mucho ruido, más del que ella había imaginado. Especialmente enervantes eran esos cinco pequeños pitidos que se repetían una y otra vez: pi-pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi-pi.
Arduína buscó acomodo en otras partes del cerebro. Medio dormida como estaba, se pegó un buen susto al pasar delante de un grupo de neuronas espejo que la miraban fijamente. Se dio cuenta de que era la hora del desayuno cuando empezó a notar un aroma a magdalenas y se encogió disgustada. Ella tenía sus propios gustos gastronómicos y literarios, y hubiera preferido unos riñoncitos fritos para empezar el día. El recuerdo del Ulises se le mezclaba con imágenes aún más extrañas generadas por el cansancio y buscaba desesperada un lugar tranquilo donde reposar, aunque solo fuera unos minutos. Pero era ya imposible: toda la química de la vigilia fluía a su alrededor, sus compañeras no paraban de chismorrear entre ellas y había mensajeros que iban y venían por todas partes a toda velocidad. Desesperada, se dejó caer en el torrente sanguíneo y cuando recobró el conocimiento estaba en el corazón. Aquello era como estar en medio de un desfile, dentro del bombo, para ser exactos, y volvió a perder el conocimiento. Cuarenta mil neuronas desconocidas para ella la vieron pasar flotando como una Ofelia diminuta en un río rojo que finalmente la depositó en una orilla de lo que resultó ser el estómago. No tardó en despertar de nuevo, aunque más bien le pareciera estar en medio de una pesadilla. Cien millones de supuestas congéneres se afanaban en triturar todo lo que por allí pasaba. Parecían descontroladas y Arduína, debilitada por el cansancio y las emociones, no hubiera podido enfrentarse a ellas de ninguna de las maneras. Milagrosamente, pasó desapercibida, y atravesó esa especie de laguna estigia envuelta en la pastosidad de lo que volvió a reconocer como magdalenas.
A partir de ese momento, todo fueron vibraciones, gruñidos como de jungla, rápidos y meandros. Arduína se sentía morir. Finalmente, todo se tranquilizó. Estaba tan débil y tan lejos de sus compañeras que ya no era capaz ni de recibir ni de procesar información. Felizmente para ella, porque había llegado al recto junto con los restos del desayuno, y en la quietud de esa ciénaga sulfurosa pudo, por fín, dormir unas horas.
Son las cuatro de la mañana y cuatro chicas se bajan de un Uber. Parecen todas iguales: pantaloncito corto, sandalias planas y camisetas sin mangas, la misma altura, se diría que el mismo peso y la misma melena lisa, larga y suelta. Solo las diferencia el color del pelo, en cuatro tonos que van del rubio al castaño oscuro. Tres de ellas comienzan a caminar hacia el semáforo, que está a apenas veinte pasos, pero se paran al ver que la cuarta no las sigue. Plantada en el bordillo de la acera, se nota en su actitud que es la dominante y ha decidido cruzar por ahí mismo. Las otras vacilan, forman un triángulo, y esperan un tanto alejadas del carril. Cuando el tráfico disminuye, las cuatro atraviesan la ancha calle corriendo a pasitos cortos, como quien completa una travesura, mientras un poco más allá el paso de peatones se pone en verde.
Cuando eres tan bella
Y siempre sales bien en las fotos
Cuando eres tan sensible
Y tu mirada comunica tu mundo interior
Cuando eres tan enigmática
Y tu sonrisa es una barca que se desplaza sin remos
Cuando eres tan etérea
Que no pisas el suelo y tu frente apresa los vientos
Cuando eres tan frágil
Pero las piedras que caen del cielo no te rozan
Cuando te muestras frívola, voluble, venérea
Mientras arraigas en el culto a ti misma
Cuando al mostrarte
Construyes un juego de espejos
¿Qué queda de mí, qué me arrebatas?
Un amigo una vez se encontró
un cuerpo flotando en el agua
Había salido a bañarse al amanecer
en una playa de Alicante
Hace más de 40 años
34.361 migrantes
muertos en el Mediterráneo
desde 1993
ocupan 56 páginas de The Guardian
el 20 de junio de 2019
A muerto por día
son 94 años de muertos
Eso no es rentable
Pero en 26 años
es otra cosa
Los tiburones del Mediterráneo
saben lo que hay al otro lado
Trafican con almas y pateras
sin ocultar siquiera
sus tres filas de dientes
Los tiburones del Mediterráneo
están bien alimentados
¿Quién quiere bañarse en sus aguas?
Hay 34.361 opiniones
sobre la calidad de las mismas
Hoy hace 8 días
que saltó la noticia
y si hacemos cuentas
1.321 muertos y medio al año
es lo que sale
Recuento estadístico
3,6 por día
repartidos por toda la costa
de nuestro mar más querido
con sus infinitas playas
Muy mala suerte hay que tener
para tropezarse con uno
mientras nadas
como le pasó a mi amigo
Pero eso es agua pasada
Hoy hace 8 días
y es viernes 28 de junio:
empiezan las vacaciones
Las aparté
Las tiré
Las expulsé
Las descarté
Las rechacé
Las desterré
Las destruí
Las rasgué
Las quemé
Las rompí
Las aborrecí
Las odié
No las negué
No las desprecié
No las enterré
No escupiré sobre su tumba
Obras perdidas
Como se pierde el tiempo
O los trabajos de amor
No lloraré
No gritaré
No me enfadaré
No desesperaré
No perderé la razón
No tendré la razón
No daré la razón
No quitaré la razón
No buscaré la razón
No ocultaré la razón
No comentaré la razón
No razonaré
Obras perdidas
Como se pierde el tiempo
O los trabajos de amor
todo duerme
yo también
duermo
solo
que
con los ojos abiertos
y cargados
de polillas
que aletean
le aletean
a la bombilla apagada
tchi, tchi, tchi, tchi, tchi
tchi, tchi, tchi, tchi, tchi
¡Despierta!
Tus insectos te llaman
Una vez soñé que asistía a la entrega de un Nobel
en un gran teatro de Estocolmo, sobriamente lujoso.
Era yo muy joven.
También soñé que compraba tomates en NY,
en un puesto callejero.
Lo que recuerdo de ambos sueños es el color rojo
del terciopelo, de los tomates.
No hay lujo sin terciopelo, pero más lujo es sentir
el calor del sol sobre la piel de un tomate.
¿Y qué pasa si a nuestro alrededor todo sucede como siempre,
si las glicinias y las bignonias siguen floreciendo,
si el polvo se sigue posando sobre los libros del estante,
si el gato sigue durmiendo enroscado en el cojín?
¿Qué pasa si nada cambia y se queda así eternamente?
¿No es esta mansedumbre de lo cotidiano,
esta facilidad con la que sucede lo pequeño,
este transitar despacioso de los días, el Paraíso?
¿No eres tú regando, restaurando, acariciando,
cuidando de cada ser y cada objeto,
no eres tú la creadora, la dueña del espejismo?
¿Por qué falla el holograma? ¿Por qué se descompone en mil imágenes grotescas?
¿De dónde salen los gritos, los aullidos?
¿No basta con ocuparse de todo a conciencia para que perdure
en calma hasta el fin de los tiempos, para fingir, incluso,
que se puede pacificar el mundo con el solo impulso del corazón,
que estas cuatro paredes no son porosas y permeables a la acción de lo exterior,
que esta carne no tiembla ante el dolor y ante el miedo,
porque tal cosa no existe cuando todo sucede a nuestro alrededor
como siempre?
Miro, con la paciencia de la nieve que se posa
una vez y otra, para convertirse en agua.
Con fingida inocencia, sin más propósito
que extenderse, se posa
cubriéndolo todo de preguntas blancas,
como si no supiera dónde, como si no supiera qué, como si no supiera cómo.
Hay un árbol del que cuelgan espejitos redondos
que tintinean y se empañan antes de quebrarse
con un ruido similar al del hielo que se resquebraja
en la superficie del lago, y el agua que corre por debajo
es como la que gotea de las ramas, solo que negra y honda.
Y llegados a este punto, miro, y vuelvo a estirar el velo
sobre el paisaje descompuesto, esperando
otro resultado tras la nevada nueva.