Hay mujeres cuya belleza florece tarde. Como aquella que, un buen día, empezó a ser guapa y ya no paró. Mientras las demás nos adentrábamos indecisas en la madurez, sin dejar de buscar en el suelo las miguitas que nos permitieran volver a casa, ella navegaba a toda vela, mascarón de proa por delante, la espuma de su ruta disolviéndose tras ella, sin ninguna preocupación por el retorno. Ay, ay, ay… ay,ay. Los pájaros se lo han comido todo, nos decimos unas a otras. Y mientras, ella navega.