Me levanto temprano confiando en la ayuda divina, pero no estoy tranquila. Me tiembla el pulso y no puedo dibujar. Si escribo a mano, los palos de las letras se me tuercen. ¿Será que bebo mucho té? Noto pequeños serpenteos eléctricos y presión en la cabeza. Me abrazo a mi gato, que ronronea suavemente entre mis brazos, frente a la pantalla del ordenador. Mira Paquito, le digo, el mundo es enorme, pero a ti y a mí, ahora mismo, solo nos hace falta un cachito de mesa. El sigue a lo suyo, con la cadencia de una barca que se mece en una cala cualquier día de verano. Ya estoy mejor.