Esta mañana podía
haberme quedado despierta,
pero me he ido a dormir,
porque mañana,
en nuestro idioma,
es un futuro anticipado
desde que abrimos los ojos,
una contradicción latente
con algo de confusión de género
gramatical, se entiende.
La mañana, el mañana, mañana…
¡Dilo!
Es la masticación del tiempo,
una urgencia que se agota
en su propio no llegar.
Mejor pasarla durmiendo
y por la tarde ¡Ay, la tarde!
Después de la siesta ya es…
tarde.
Ese fragmento del día,
nombrado para morir
desde su propio nacimiento.
¿Qué queda entonces,
sino dormir
y esperar a mañana,
el eco
cuyo volumen no mengua?
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