Una vez soñé que asistía a la entrega de un Nobel
en un gran teatro de Estocolmo, sobriamente lujoso.
Era yo muy joven.
También soñé que compraba tomates en NY,
en un puesto callejero.
Lo que recuerdo de ambos sueños es el color rojo
del terciopelo, de los tomates.
No hay lujo sin terciopelo, pero más lujo es sentir
el calor del sol sobre la piel de un tomate.