Hace algún tiempo escribí un relato que terminaba así: “Por eso nunca, nunca, escribe poemas de amor”. ¿Escribo yo poemas de amor? Sí, los escribo, aunque pocos. Y los enseño aún menos. Lo que no he escrito nunca es un poema de amor con la palabra “amor” dentro. Andaba pensando en eso estos días, en cual es la auténtica naturaleza de los poemas y canciones de amor ¿Se habla de lo que se tiene, de lo que se pierde, de lo que se desea? ¿Ha de sentirse uno en algún estado de ánimo especial? ¿O se trata solo de apartar la mente de las rutinas cotidianas, de la opresión del día a día, de lo plano, de lo insulso? Como para responder a esta pregunta, el ejercicio que me había propuesto -escribir un poema de amor con la palabra “amor” dentro- se “desenroscó”, él solito, después del debate de anoche. Ahí os lo dejo, para mojarlo en esta lluviosa mañana de abril cual churro en el café:
Mientras dure el amor no habrá
botellas de vino vacías,
ni velas recién encendidas
o a punto de apagarse.
Habrá siempre jabón
en el pompero,
arena
en el reloj,
rosas
en el rosal.
Todo, todo, estará
en pleno y abundante suceso,
obstinadamente dispuesto
a volver a repetirse.
Mientras dure el amor, nada será
sombra paralizada,
enfrentamiento hosco de ayeres y mañanas.
Mientras el amor dure, el presente
irá durando,
irá siendo,
irá estando.