Pasó el uno de enero, como un paréntesis. Ese primer día del año que para mí es casi siempre un día en blanco; día de desidia, de letargo, de pereza y, a menudo, de jaqueca: el día después. No quiero más celebraciones de fin de año. Creo que prefiero mínimos gestos nocturnos en íntimo silencio, menos jolgorio y más regocijo, menos aspaviento y más gozo. La última noche del año preferiría libar, más que comer, libar un néctar mágico lleno de energía y sustancias inmunológicas, y brindar con besos. En vez de eso, cena para doce, vinos, cava, polvorones, campanadas y turrones. Silencio, por favor. Que los próximos 364 días sean como una suave sábana en la que vivir nuestros sueños.