Un gorrión se posa sobre la enorme rama del abeto, justo frente a la ventana, y ésta cede gentilmente bajo los pocos gramos de su peso. Entre sol y sombra, sus plumas adquieren el color de la corteza de pino al atardecer. Una brisa suave cimbrea la rama, y el pájaro se asea en su columpio. Como si alguien le llamara, levanta la cabeza y sale volando.
…..
Me tumbo al sol. Estoy achicharrada y quiero bañarme, pero hay una algarabía de pájaros que no me quiero perder. Unos pían con urgencia, otros discretamente, los hay que gorjean y algunos emiten tenues pitidos. Finalmente, una urraca viene a poner orden. El coro enmudece. Por encima del seto la copa de un ciprés navega como una vela verde en el horizonte. Una nubecilla blanca completa la escena de cubito playero. Dos golondrinas bajan a beber a la piscina. Me levanto. En el muro de piedra hay sombras rosadas.