Con su piel de natita, su tacto de harina fina y su olor a flores y a galletas, mi niña más parecía un producto de repostería que un bebé. En la receta, yo aportaba los huevos y la masa madre. Bien batidas las dos, y luego vertidas cada una en su molde, nos hemos ido esponjando hasta acabar siendo yo una triste madalena y ella un bizcocho imperial. Ya puedes adornarlo y hablarme de cup-cakes: por más dulce que le eches no dejaré de ser una magdalena con chorreras mientras ella se desdobla en tarta y en pastel. Y si la celebración de su dieciocho cumpleaños me ha salido así de edulcorada, es porque me la comería a besos, hoy como el primer día, hasta la última miga.
(Para M, por su dieciocho cumpleaños)