No estoy hecha para la filosofía

No estoy hecha para la filosofía, para la estética… no ato cabos. Quizás porque leo en el metro mi lectura se acompasa casi sin notarlo yo con los tramos de luz y oscuridad y comprendo y no comprendo alternativamente. Aun así, lo sigo intentando porque me divierte esta persecución del fogonazo, del párrafo que se convierte en fuegos artificiales que, oh tragedia,  se extinguen al llegar a la siguiente estación. Me da que esta afición mía por leer ensayo en movimiento tiene que ver con el deseo de novelar: con el libro en la mano voy moviendo el pensamiento de aquí para allá y es así como se produce la acción. Porque el ensayo –reconozcámoslo- tiene muy poca acción y toda se desarrolla en el mismo plano, el plano de las ideas. O, en mi caso, el plano del metro.

Dedicado, con cariño, a Isidro Blasco.

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Isidro Blasco, «Above an below the L train», 2016

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Capital cultural

Leo un artículo sobre cultura y economía y acaban captando mi atención dos palabras: capital cultural. Así, al pronto, lo primero que se me viene a la  cabeza  es lo de las capitalidades culturales, qué pereza. Tardo un par de segundos en darme cuenta de que se trata de otra cosa.

“Capital cultural”, dos palabras que así, juntas, han caído casi en desuso. Busco un sinónimo: acervo cultural es lo primero que se me ocurre, pero me suena antiguo, rancio, atávico, como la fiesta nacional, qué pereza ¿Significa lo mismo? Busco acervo en el diccionario: vienen tres acepciones, entre ellas “conjunto de bienes culturales acumulados por tradición o herencia”. Tradición y herencia ¿Un acervo no incluye bienes culturales de nueva creación? “Patrimonio cultural”, pienso entonces. A mí, personalmente, la palabra patrimonio siempre me altera un poco (una cosa es el patrimonio y otra el matrimonio, pienso siempre con suspicacia) pero “patrimonio cultural” es posiblemente una expresión más usada que las otras dos y seguro que incluye las creaciones culturales recientes. La busco en el diccionario: no existe. Hay patrimonio histórico, nacional, neto y real, pero no hay patrimonio cultural. Busco entonces la palabra “capital”. Hay capital circulante, desembolsado, fijo, humano, líquido, nacional, riesgo, social y suscrito, pero no hay capital cultural. Empieza a entrarme algo de ansiedad. Desesperada por desentrañar este misterio, busco los anagramas de la palabra acervo (si, la RAE te da esta opción) y me quedo con estos:

Evocar: Recordar algo o a alguien, o traerlos a la memoria ¿Quién puede desprenderse del pasado?

Vocear: Publicar o manifestar con voces algo ¿Quién no desea dar a conocer sus pensamientos o creaciones?

Vocero: Persona que habla en nombre de otra, o de un grupo, institución, entidad, etc., llevando su voz y representación ¿Quién no cree crear por y para los demás?

Cavero: Obrero dedicado a abrir zanjas de desagüe en las tierras labrantías ¿Acaso no somos personas cultivadas?

Vorace: Voraz. Que destruye o consume rápidamente ¿Alguien ignora que nuestro paso es fugaz?

Me mareo. La palabra acervo es como un Maelstrom, un gran embudo sin orificio de salida, una trituradora del pensamiento. He perdido el norte, la Estrella Polar y la hoja de ruta ¿de qué hablábamos? Ah, sí: tan grande es la importancia que le damos a nuestro capital cultural que la RAE todavía no ha creado una definición.

Los peligros de echar la vista atrás

Los peligros de echar la vista atrás un sábado por la  mañana:

Frustrada, desmadejada, desolada, cansada.

Enfadada, agobiada, engañada, ignorada.

Explotada, abusada, renegada, expulsada.

Alterada

Arrasada

Sobrepasada

“Malpagada”

¿Herida?

¡Fuera de aquí! Este es un cuento de “adas”

Advertencia: nunca os quedéis mirando fijamente la miel del desayuno

Fregando los platos

Fregando los platos me preguntaba cuál es la manera de ser sincera sin parecer quejica o derrotista, pero no he llegado a ninguna conclusión. En cambio, me he acordado de lo que soñé anoche.
Una reconocida galerista y una reconocida comisaria «aparecen» en un lateral de mi estudio:
– Me estás acorralando, dice la galerista.
– Estoy en mi espacio, contesto.
– Ah, claro, tu espacio…
Noto que no puede evitar mirar las obras que tengo por allí. Se acerca a una y dice:
– Por qué una chica como tú se mete en estos virtuosismos «puntoguatemaltecos»?
«¿Chica yo?», pienso, «¿puntoguatemalteco?, ¿qué cojo…?», pienso.
– Hago lo que quiero.
– Ah, claro, haces lo que quieres…
La comisaria, callada.
Tomo nota: lo mejor es callarse, como la comisaria. Nada de sincerarse.
(Ah, lo he mirado y resulta que hay algo llamado punto guatemalteco, amigas y amigos del bordado)

Rectificaciones

Rectificaciones:

I.

Siento: La noche llegó muerta a la playa.

Pienso: El mar oscuro como una noche muerta

Escribo: El mar arrastró una noche inerte hasta la playa.

 

II.

Las corrientes y la marea arrastraron una noche negra hasta la orilla, como una larga madeja de oscuras hebras, mojadas y lacias. Estrellas de  mar asomaban entre las guedejas y agonizantes criaturas abisales palpitaban arrítmicas con un débil fulgor verdoso.

 

III.

La bajamar dejó sobre la playa una noche muerta, como una negra gelatina gigante. La pendiente de la arena la hacía resbalar hacia el agua, y de nuevo las olas la devolvían a tierra. Quedó a expensas del sol, las mareas y las tormentas en el lugar más remoto del mundo, y nadie se dio cuenta hasta que transcurrió todo un año.

 

IV.

La noche, rasgada por las auroras boreales, se desprendió como un viejo telón desgastado por el uso y cayó al mar dejando el mundo expuesto al insoportable fulgor del universo. Durante venticuatro horas nadie pudo salir de casa, hasta que la noche siguiente vino a restaurar el orden preestablecido. Los científicos advirtieron de que el fenómeno podría repetirse y de que, en cualquier caso, la noche perdida era irrecuperable.

 

V.

Es bien sabido que, en el lugar más remoto del mundo, las olas arrastraron una oscura noche hasta la orilla. Se había desprendido, como un viejo telón desgastado por el uso, y cayó al mar. Inerte, arrastrada por las mareas, se fue enredando con cuanta criatura u objeto encontraba a su paso hasta llegar, ya muerta, a la playa. Allí quedo: una negra gelatina gigante a expensas del sol, las mareas y las tormentas.

 

VI.

Personaje 1: Cae la noche

Personaje 2: ¡Corramos!

 

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¿Olas o nubes?, 2016