Vino con tres meses de una perrera de Sevilla. Cuando llegó ya tenía nombre, se llamaba Volga, pero nos pareció fácil confundirlo con Olga y mis hijos le pusieron Danka, que es un nombre sacado de un juego de la PSP o algo así. Ahora muchos piensan que se llama Blanca. Además tiene otros nombres a los que también responde: Mari-Perri, que es su nombre de cariño, Dankipodanki y Toma, que es su apellido. Es un chucho –dicho sea con todo el afecto-, yo diría que un cruce entre Rantamplán y el perro de los Simpson. Sabe hacerse la muerta y entonces se parece al perro de Pompeya. Para ser una chica tiene la voz muy grave y es muy peluda, y le gusta revolcarse sobre las lombrices de tierra cuando salen después de la lluvia. Quizás por estas cosas es por lo que sigue soltera. A veces, cuando se siente muy afectuosa, se agarra a mi pierna con una pata, como el cordero místico. Eso y su capacidad para mirar hacia arriba con los ojos en blanco me hace pensar que a lo mejor no vino de una perrera, sino de un convento de Sevilla.