Soy una persona como casi todas, con multitud de conocidos y unos cuantos amigos y amigas en el mundo real, no sólo en las redes. Aunque cada vez soy más cuidadosa en este aspecto, he tenido siempre facilidad para abordar temas personales con los demás. Por eso un día me sorprendió darme cuenta de que conozco a bastantes mujeres que han sufrido no ya acoso, sino abusos sexuales y hasta violaciones. Tradicionalmente a las mujeres se nos han impuesto restricciones para evitar estas situaciones: horarios, vestimenta, la forma de relacionarnos… Se nos ha educado dentro y fuera de casa y se nos han recomendado desde clases de defensa personal hasta la típica patada en los huevos. En mi juventud me regalaron un spray de pimienta, y lo tiré. Siempre me he negado a vivir con miedo a las agresiones sexuales, pero en el fondo siempre lo he tenido. Creo que todas las mujeres tenemos ese reflejo de cautela que es como la mirada en busca del ángulo muerto de los conductores. Pero a veces te descuidas, a veces no lo ves venir, a veces es todo demasiado violento para poder reaccionar… A veces incluso te crees que vives en una sociedad que es igual para todos. Señor ministro, no me regale un silbato, que no voy a ser capaz de encontrarlo en el bolso. Júntese con sus colegas de educación, igualdad y justicia a ver si se les ocurre algo mejor.